CATEDRAL VIEJA DE PLASENCIA

 


 

                                                                                Relato: Ruta por las catedrales de Plasencia

                                                                                            Domingo, 23 de octubre de 2022

                                                                                            Juan Luis, Rosario, Marina y yo


Volvimos al norte de nuestra siempre idolatrada tierra, esta vez el objetivo se encontraba en Plasencia: sus dos catedrales. De manera excepcional, se estaba celebrando “Las Edades del Hombre” fuera del territorio de Castilla y León. Las dos más hermosas catedrales de nuestra comunidad recibían este acontecimiento artístico-religioso con solemnidad y generosidad.

Dejamos el coche en un aparcamiento situado a los pies de la seo. Desde allí abajo observamos los afilados pináculos que apuntan a lo más alto, como flechas que quisieran alcanzar el cielo. Supongo que los arquitectos, maestros de obra, que construyeron estos hermosos templos pretendieron conseguir un efecto similar al que acabo de señalar.

Enfilamos una de las muchas estrechas y acogedoras calles que conducen a la Plaza Mayor -o que salen de ella-, donde nos esperaba el “abuelo Mayorga” subido al campanario del Ayuntamiento. El mediodía soleado acompañaba a numerosos placentinos y foráneos sentados en las terrazas de bares y restaurantes. Un aire de domingo provinciano inundaba el lugar y llenaba de imágenes ya olvidadas nuestra memoria.

Tomamos otra de esas angostas calles que nos condujo hasta una espaciosa explanada, apenas interrumpida por algunos escalones de piedra, a su alrededor, unos viejos edificios -la casa del Dean, el palacio del Obispo, el hospital de Santa María- acompañan a la catedral. El mismo escenario se repite ante cualquiera de ellas, al menos en las que he tenido la ocasión de visitar. Un extenso pavimento de piedra que precede a la grandiosidad de la fachada principal de cada templo convierte al visitante en un ser insignificante ante el poder omnipotente de la Iglesia representado por el esplendor de estos edificios. Los urbanistas de hoy juegan con los espacios abiertos siguiendo modelos tan arcaicos como estos que se suceden desde hace siglos cuando proyectan un edificio civil público, palacios de congresos, centros culturales y similares, son las nuevas catedrales del siglo en el que vivimos. En ese amplio espacio lucía, rica y hermosa, la fachada de la catedral nueva, quedando apartado en un rincón, austero, pero no menos precioso, el pórtico de la vieja catedral, más sencillo, aunque también más entrañable.

Ascender por las escaleras que dan acceso al interior del templo de Santa María, comenzado a construir en el siglo XIII, es como elevarse hasta un universo de contenida espiritualidad. Ante su magnifica portada me llaman la atención, en uno de sus arcos, un curioso trisquel apoyado en dos atlantes y, en el mismo arco, un dragón oculto tras las alas de un ángel o, tal vez, arcángel. Cabe aquí un reconocimiento a la imaginación y fantasía desbordantes del cantero que esculpió esos decorados.

Juan Luis se había encargado de sacar las entradas para poder visitar la exposición. Tras mostrarlas al empleado situado en la puerta, nos adentramos en el interior de tan acogedora iglesia. Perturbamos su humilde silencio junto a otros visitantes que contemplaban las pinturas y esculturas de la muestra y que revestían tan sencillo espacio, dejando pocas posibilidades para que el invitado pueda admirar el extraordinario mundo descrito en sus bóvedas, con bestias fabulosas, representaciones de la gula y la lujuria, de la muerte, de la vida después de la muerte. Todo un cosmos sobre nuestras cabezas erigido desde los pilares que nos envuelven, invitándonos a elevar nuestras miradas, tal vez nuestro espíritu, hacia ese peculiar mundo.

Rosario se detenía ante cada cuadro, ante cada escultura, en un vano intento de llevarse a Palma todo lo que allí se exponía. Marina admiraba cada obra, como admiramos las del Louvre, el Prado o el Museo de Pérgamo en Berlín. Yo estudiaba las leyendas de cada una de ellas, interesándome especialmente por su procedencia: Serradilla, Guadalupe, Jaraíz de la Vera, Llerena, Zafra, Badajoz… Juan Luis se había adelantado, ¿perdido?.

La atmósfera de la catedral se había diluido entre tanta obra de arte, porque cuando accedes al interior de un templo de estas características, de grandiosas proporciones, vistosas vidrieras y rosetones, esbeltos pilares, traspasas la frontera de lo terrenal transformándote casi en un ser minúsculo, insignificante, ante tan sobredimensionadas proporciones. Son los efectos buscados por quienes encargan estos magníficos edificios. Sin embargo, entre sus columnas guardan, celosos, rincones en los que la sublime belleza se recoge en espacios mínimos donde el visitante siente como su espíritu brota por cada uno de sus poros, relajación total, sosiego infinito, calma absoluta, inmensa tranquilidad, son las sensaciones percibidas en estos peculiares lugares, como la antigua Sala Capitular o capilla de San Pablo, donde la vista se pierde al mirar la altura alcanzada por la bóveda con sus numerosas nervaduras, recordándonos una tela de araña. Una vez más, la pequeñez del hombre, bajo la imponente altura de la cúpula ricamente decorada, tal vez sugiriendo que sólo los poderosos alcanzarán tan elevada estancia.

Marina y yo paseamos por el impresionante claustro. La incomparable belleza de sus arcos, columnas y capiteles, con una preciosa fuente decorada en el centro del recinto que, con el rumor del agua de sus caños, inundaba de paz y tranquilidad aquel espacio abierto a la luz de los primeros días de otoño. Pensaba mientras caminaba entre aquellas equilibradas filigranas de piedra, que los claustros de monasterios y catedrales son lugares construidos para la reflexión. Pasear bajo el sol tamizado por tan hermosas arcadas, respirando el aire procedente del patio en el que solo se escucha el monótono sonido del agua, mueve a hacer un relajado ejercicio de meditación, de encuentro con uno mismo, privilegio exclusivo de un puñado de elegidos que formaban parte de la comunidad religiosa.

Los constructores encontraron en el claustro el lugar idóneo para unir las dos catedrales, la antigua y la nueva. A través de él accedimos a la catedral nueva. Se había adelantado Rosario, que continuaba haciendo acopio con la vista de cuadros y esculturas que revestían los muros y pilares del templo. Juan Luis continuaba desaparecido. Marina y yo entramos siguiendo las indicaciones de las flechas que señalaban el recorrido a seguir. Las pinturas, esculturas y objetos de culto se sucedían. Luis de Morales, el Greco, Zurbarán, entre otros muchos artistas, estaban presentes en la catedral de Plasencia a través de algunas de sus obras. Mi interés por el origen de las obras me llevó a descubrir un hermoso cuadro procedente de la iglesia de Garrovillas “La huida a Egipto” por lo que me sentí afectado ya que mis raíces paternas están en esa localidad.

Sin lugar a dudas la catedral nueva es de una extraordinaria belleza. Sin embargo, el abundante dorado de los pilares y nervaduras de las bóvedas me pareció excesivo. La exhibición de todo ese oropel vuelve a poner de relieve el afán de resaltar la vanidad y el poder ejercido por la Iglesia sobre quienes quieran acogerse dentro de sus muros, entre sus columnas y bajo su techo tan fastuosamente decorado.

El retablo mayor, los retablos laterales, la reja del coro, el órgano, el vistoso entramado de nervaduras en las bóvedas: belleza sublime. No obstante, la sillería del coro tiene un atractivo añadido a la exquisita hermosura de sus delicadas tallas. Llaman la atención los variados motivos de tan excelentes relieves: mitología, algunas escenas obscenas, seres fantásticos, pasajes de la vida cotidiana, y entre estos asuntos, algún tema religioso. Su autor Rodrigo Alemán, llevó a cabo todo un alarde de su buen hacer y de su ilimitada imaginación. Impresionante la sillería, por cierto, he leído en algún sitio que estuvo en la catedral vieja, mi favorita, y de allí se trasladó a su actual ubicación.

La visita había sido fructífera, el escenario elegido, las dos catedrales de Plasencia, se había vestido de gala con el abundante y valioso patrimonio artístico que atesoran las iglesias, conventos, ermitas y monasterios de nuestra comunidad. Desde mi punto de vista, es una encomiable tarea conservar, restaurar, investigar y difundir esta herencia recibida a través de siglos, pero sobre todo, que se ponga al alcance de todos y podamos disfrutarla como parte de nuestra cultura.

Eran más de las dos y media de la tarde y teníamos reservada una mesa para comer. Dejé la visita inconclusa y salí corriendo a la calle. Marina y Rosario no tenían prisa, continuaban dentro de la iglesia. Juan Luis esperaba nuestra salida en la explanada. Por fin nos reunimos los cuatro de nuevo y nos dirigimos al restaurante. Nos esperaban unas estrellas de alcachofas, perdices estofadas, chuletas de cabrito y cochinillo cuchifrito al ajillo. Todo ello regado con un excelente vino de nuestra tierra. De postre, flan casero. Mejor imposible.

Para facilitar la digestión fuimos dando un paseo hasta la Torre de Lucía, bajando a la sombra de la muralla medieval hasta la calle del Sol. Atravesamos de nuevo la Plaza Mayor y nos dirigimos al puente sobre el río Jerte. Allí nos despedimos de Plasencia contemplando sus aguas que bajaban abundantes y rápidas desde el Valle.


En Cáceres a 19 de noviembre de 2022

Francisco Javier Hurtado Sáez

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