DOLMEN DE LÁCARA


 

 

                                                                                            Visita al dolmen de Lácara

                                                                                    Febrero de 2022                                                                                                                                      

                                                                                     Mari, Paco, Marina y yo



Desde diciembre no habíamos vuelto a salir en busca de un nuevo lugar que resultase si no mágico, al menos seductor, donde poder respirar durante unas horas una atmósfera abductora, capaz de trasladarnos fuera de la cada vez más incómoda realidad en la que nos desenvolvemos habitualmente. Incómoda realidad por ser generoso, podría haber utilizado para calificarla adjetivos como violenta, agresiva, beligerante, incluso, espeluznante en algunas situaciones.

Estas escapadas en busca de espacios no tóxicos, no contaminados por las emisiones de la persistente deshumanización a la que estamos sometidos desde hace ya demasiadas décadas, nos permiten recobrar, aunque sólo sea temporalmente, esas características que nos definen como seres humanos, a través de espacios construidos para el encuentro con nuestra esencia más profunda en escenarios alejados de las perversas consecuencias del desarrollo de nuestra sociedad actual.

En esta ocasión Esperanza no pudo acompañarnos y la echamos de menos. Nos dirigimos por la autovía A66 hasta la salida hacia Aljucén por la carretera que conduce a la Nava de Santiago. El dolmen de Lácara está perfectamente señalizado, llegamos a un aparcamiento donde se podía dejar el coche y continuar a pie unos dos kilómetros, por un camino en muy buen estado, atravesando un hermoso paisaje de dehesas con suaves ondulaciones del terreno con encinas bien cuidadas.

Ante este escenario aumentaban nuestras expectativas, las de Marina y las mías, porque Mari y Paco ya conocían la obra que íbamos a visitar. Por el camino, antes de avistar nuestro objetivo, Mari nos comentaba que, dado su estado de conservación y los volúmenes que lo conforman, el dolmen de Lácara se le podría considerar “la catedral de los dólmenes”. Nuestras expectativas se acrecentaban con estos comentarios, hasta que vislumbramos una pequeña elevación de la superficie con una gran mole sobresaliendo en su parte superior.

Allí estaba el túmulo bajo el cual se encontraba el esperado escenario que nos aguardaba. Al acercarnos, coincidimos con otro pequeño grupo familiar de visitantes, entre los cuales había dos o tres niños de corta edad, me encantaría saber que pensaban esos niños, o mejor, qué imaginaban, ante tan enormes piedras mientras sus padres les daban las oportunas explicaciones sobre qué era aquello.

Comenzamos a examinar visualmente el monumento. Efectivamente estábamos ante el canon de los dólmenes, al menos eso me parecía a mí. La grandiosidad de la construcción, el volumen de sus ciclópeas losas, la efectividad megalítica del conjunto nos transmitía la sensación de estar ante todo el peso del mundo.

Mientras observábamos entre sorprendidos, maravillados y casi extasiados la majestuosidad de las desmedidas masas de rocas clavadas en el suelo, resistiendo imperturbables el paso del tiempo, Mari descubrió a alguien, un poco más apartado, sentado sobre otro enorme pedrusco, abstraído, tal vez reflexionando sobre el significado de estas construcciones funerarias, tal vez imaginando los rituales que se llevaban a cabo en este lugar, tal vez, aprovechando el marco inigualable que ofrecía el paisaje donde nos encontrábamos, trayendo a su memoria sus más profundas preocupaciones, tal vez, simplemente meditando.

Se llamaba Pedro y era de Granada. Con él hablamos sobre este tipo de monumentos y de otros lugares tan especiales como éste pero ubicados en Andalucía y en Canarias. Pedro se mostraba interesado sobre todo, no por las dimensiones de los megalitos que teníamos delante, sino más bien por el significado de estas construcciones, más allá de las funciones que los expertos nos han dicho que cumplían.

Ante este colosal monumento, se me ocurre que en los albores de nuestra civilización, desde sus orígenes, el hombre que consigue el poder quiere mantenerlo incluso después de su desaparición. No soy experto en este tipo de edificaciones, pero es de suponer que hace cinco o seis mil años, o cuando quiera que se levantasen estas enormes piedras, no se hacían para cualquier miembro del clan que abandonara este mundo, al igual que las pirámides de Egipto no daban cobijo a cualquier súbdito del faraón. Más que catafalcos gigantes, son símbolos del poder alcanzado en la tierra por alguien, quien en su éxtasis de autoridad, llega a estar convencido de que ese poder lo continuaría detentando más allá de su paso por este mundo. Es ese Poder primigenio, el que continúa enfrentando al hombre contra el hombre, acrecentando desigualdades, ensangrentando nuestra historia, destruyendo nuestro planeta. Pero bueno, esta es mi opinión sobre el poder y el ejercicio que se hace de él, hay otras muchas opiniones y visiones del poder. Yo me quedo con la que acabo de exponer.

Una perspectiva más liviana ante esta obra del hombre que después de cinco mil años nos sigue asombrando, podría coincidir con la actitud meditativa de Pedro, el granadino. Es el lugar idóneo para especular sobre el verdadero significado de estos ciclópeos guijarros: territorialidad, poder, acceso a un paraíso que nada tiene que ver con la brutal cotidianeidad que habían vivido los moradores de esta cámara, puerta de entrada al edén soñado por aquellos cazadores del calcolítico.

Al volver por el camino de tierra hacia el coche, todavía impresionado, me sentía un privilegiado por haber podido contemplar esta auténtica maravilla construida por el hombre en un paraje inigualable como comentaba Paco.

Tras la visita nos dirigimos a Mérida, muy cerca, a unos veinte kilómetros. Ahora el objetivo era una buena comida. Teníamos reservada una mesa en un restaurante situado a los pies del arco de Trajano. Buena cocina, especialmente unas mollejas de cordero que pidió Paco, buen vino de la tierra y una prolongada sobremesa que nos llevó a ser los últimos en abandonar el comedor. Al salir la ansiada, aunque escasa, lluvia nos acompañó hasta el coche.

Una visita recomendada al dolmen de Lácara, impresionante sobre todo si se adereza con una buena comida y una relajada conversación con gente a la que quieres.

Hasta la próxima, ya se encargará Mari de organizarla.

 

Francisco Javier Hurtado Sáez

Cáceres  14 de abril de 2022

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡EMOCIÓNATE!

LAVADERO DE LANAS "SAN MIGUEL"