IDANHA A VELHA

 

 


 

 

Relato: Monfortiño, Monsanto e Idanha a Velha

Esperanza, Marina y yo.

Domingo 19 de febrero 2023


Volvemos a Portugal. En esta ocasión salimos desde Cáceres en dirección a Moraleja, antes de llegar a esta localidad, tomamos una carretera que nos llevó directamente a Monfortiño. Durante el último tramo la carretera atraviesa un paisaje de cerros adehesados, pequeñas colinas que exhibían, orgullosas, sus encinas dispersas en un terreno que lucía su brillante verdor para disfrute del viajero, y también para placer de vacas y ovejas que, de cuando en cuando, aparecían ante nuestra curiosa mirada.

Una vez se llega a Monfortiño, resulta inevitable visitar sus termas, muy nombradas entre las gentes de por aquí. Marina y yo no las conocíamos, Esperanza sí había estado allí en otra ocasión. Me pareció un lugar muy funcional, preparado para recibir a usuarios tanto nacionales como procedentes de nuestra tierra, tan próxima a esta población. Los baños están ubicados cerca de una zona residencial con algunos hoteles en la avenida principal. Fue una visita rápida, teníamos un programa extenso y no mucho tiempo para cubrirlo.

Desde las instalaciones de las termas nos trasladamos hasta el pueblo, distante unos dos kilómetros.

Ya en la localidad recorrimos sus calles empedradas y más bien estrechas, con algunas pequeñas plazoletas que allí llaman “largo”, con sabor rural, aroma a sosiego y atmósfera de tranquilidad, con la serena sensación del tiempo detenido en este entrañable escenario. Poca gente por la calle, pero amables, atentos y hospitalarios cuando nos dirigíamos a ellos. Los habitantes de Monfortiño han sabido mantener, respetar y cuidar su pequeño pueblo distanciándose del ir y venir de coches que buscan las instalaciones termales.

Continuamos nuestro viaje dejando Peña García a la derecha, coronada con su castillo, hasta llegar a Monsanto que está muy cerca también.

Esta villa medieval, frecuentada por visitantes tanto lusos como extremeños, ha hecho de la roca su bandera y del granito su himno. Un paisaje que no deja de causar asombro, como si poderosas fuerzas telúricas hubieran arrojado desde lo alto de estos riscos enormes moles de piedra berroqueña, inabarcables guijarros. Calles empedradas, paredes de piedra en viviendas, en casas solariegas, en iglesias, ermitas y capillas, en el castillo. Habitáculos en extrañas oquedades que han dejado las rocas. A veces, como imponentes sombreros que adornan sus tejados, lucen algunos domicilios estos gigantescos peñones. En este insólito paisaje conviven aldeanos y hosteleros con desmesurados canchos, compartiendo estrechos espacios. Todo ello constituye el máximo atractivo para cualquier viajero que pase por Monsanto.

Encontramos lugares fascinantes en este pequeño pueblo, como su castillo. Abundan los castillos en estas tierras de fronteras, de conquistas y reconquistas. Éste estuvo custodiado en su tiempo por los templarios, ya sabéis, mitad monjes, mitad soldados, y donde aún se conserva la ermita de San Miguel del siglo XII. Fascinantes son sus fuentes como la de Ferreiro de la que se dice que era la única capaz de saciar la sed de príncipes y reyes, o la fuente de Meio. También tiene su encanto la torre de Lucano o del reloj, campanario del siglo XV rematado con un gallo de plata, galardón otorgado a Monsanto por ser “el pueblo más portugués”.

Abundan los templos y abundan las casas blasonadas, nobleza e iglesia de la mano. Ambas se instalaron en este deslumbrante roquedo dejando vestigios de su poder omnímodo para que hoy sirvan de disfrute a las gentes que vienen a descansar de sus ocupaciones y trabajos a este sin igual lugar, porque, es cierto, no recuerdo otro sitio parecido a esta población.

Comimos en un restaurante cuyo comedor estaba rodeado de una galería acristalada desde la que podíamos admirar una maravillosa panorámica mientras degustábamos un arroz con liebre al estilo portugués y bacalao a la brasa acompañado todo de vino verde de estas tierras. Tras el postre, Marina pidió una manzanilla con una rodaja de limón, Esperanza y yo tomamos un café, exquisitez suprema sólo disponible en estas localidades.

Al finalizar la comida marchamos hacia Idanha a Velha, un pueblecito sorprendente. Dejamos el coche en las afueras y nos dirigimos a pie hacia las primeras casas. Nos recibieron dos torreones que defendían una de las puertas de entrada a la antigua Egitania, rodeada de una muralla de la que aún se conserva una buena parte de sus lienzos. Todo resulta emocionante en tan pequeño lugar, se trata de una población de unos sesenta habitantes, con sus pocas calles semidesiertas. Mientras callejeabamos descubriendo cada uno de sus rincones, nos encontramos con una mujer con la que mantuvimos una animada charla. Nos dijo que iba a por leña, que por la noche hacía frío, que allí vivía muy poca gente, casi todos mayores, muy pocos jóvenes. Nosotros le transmitimos nuestra sorpresa por la belleza de su pueblo, por el cuidado y esmero que se apreciaba en sus calles. Ella nos comentó que entre todos contribuían a mantenerlas limpias. A pesar de su portugués, que a mí me parecía más cerrado del que habitualmente escuchamos, nos comunicamos sin dificultad, ella nos entendía a nosotros y nosotros también a ella.

Nos despedimos de esta amable señora para dirigirnos a las ruinas de un castillo templario, un castillo más, y como era de esperar, templario. En pie quedan las altas paredes de un torreón sin techumbre. Restos de sus muros forman una hilera de piedras regulares, esperando a ser colocadas de nuevo en su lugar. Montones de sillares esparcidos por el amplio solar que en otro tiempo fuera patio de armas, dispuestos para ser clasificados. En uno de sus laterales, extramuros, una pequeña necrópolis con algunas tumbas antropomorfas. Escenario medieval que aviva nuestra imaginación y nuestra fantasía para colocar entre estas piedras personajes que vivieron amores desdichados entre nobles y plebeyos o entre damas y caballeros que pertenecían a huestes enfrentadas en cruentas batallas, todo ello aderezado con luchas políticas por el poder entre bandos enemigos, traiciones cometidas por dinero... Historias de ayer, de hoy y de siempre.

Junto a los muros de la fortaleza, una excavación comenzada y no acabada de un yacimiento de restos romanos que mostraba con ellos los orígenes de Idanha a Velha, con su catedral visigoda. Sí, este pequeño lugar fue sede episcopal hasta que este privilegio le fue arrebatado por la cercana Guarda, sorprendente ¿verdad?.

Pues no termina ahí nuestra admiración por esta minúscula freiguesía. Nada más atravesar la muralla encontramos un conjunto de edificios más modernos, me aventuro a situarlos en los años treinta o cuarenta del pasado siglo XX. Se trata de una enorme mansión con construcciones anexas, incluyendo naves que bien podría pensarse por su diseño que serían naves de alguna antigua industria, pero no. Son establos para el ganado, estancias para almacenar productos del campo y también garajes para la maquinaria agrícola.

Pero vayamos al edificio principal, precedido de un jardín desde donde arranca una doble escalinata cuya balaustrada se ha construido en granito, dándole la forma de estrechas tiras que se entrecruzan, un trabajo que requiere la destreza y paciencia de hábiles canteros. Las escaleras suben hasta un corredor o porche que rodea toda la vivienda cuya cubierta se apoya en elegantes columnas. En la parte más alta de la construcción, una especie de observatorio circular rematado con un tejado a modo de cono. Abajo, en el jardín, destaca una preciosa fuente entre olivos que sobresalen desde la maleza y altos hierbajos denotando el abandono de todo el conjunto.

Su aspecto decadente y de dejadez contrasta con la belleza y exquisitez de su alzado, todo ello despierta un interés inusitado en el viajero y atrae ineludiblemente su mirada.

Frente a una de las fachadas laterales del edificio nos encontramos paseando con su andador por tan irregular pavimento, a otra buena señora. Nos acercamos para preguntarle sobre tan magnífica casa, la mujer nos explicó como buenamente pudo que pertenecía a una familia adinerada de la localidad que en tiempos pasados poseyeron grandes extensiones de tierra alrededor de Idanha.

Sea quien fuere su actual propietario, a pesar de su evidente deterioro, desde mi punto de vista es un edificio hermoso, con un trazado original, de buen gusto, con diversidad de volúmenes, sin embargo, no resulta recargado, destacando en su entorno pero sin estridencias.

Puedo imaginarlo por dentro, con espaciosas habitaciones y salones de altos techos decorados con pinturas románticas o neoclásicas dependiendo de cada estancia, y vistosas arañas de cristal de Murano. Paredes de estuco adornadas con grandes cuadros de marcos con filigranas doradas, amplios espejos intercalados entre las pinturas. Algunas esculturas en los rincones del salón principal y a ambos lados de las puertas. Muebles de maderas exóticas traídas desde Mozambique, adornos orientales procedentes de Goa y Macao. Nada que envidiar al caserón que sirvió de plató a Alejandro Amenábar para el rodaje de su película “Los otros”. Me hubiera gustado haber podido entrar en la vivienda para comprobar si mi imaginación coincidía con la realidad del interior del palacete.

Quedamos encantados con este pequeño pueblo, un lugar mágico, en el que el aire que se respira llena el corazón de emociones y la cabeza de fantasías.

Regresamos a nuestro coche poniendo rumbo a Cáceres. Dejamos atrás estos pequeños pueblos y atravesamos el puente de Guarda sobre el río Erjas. Entramos por Piedras Albas ya en nuestra tierra, pasamos por el cruce de Estorninos y cruzamos el imponente puente de Alcántara. Estábamos a las puertas de casa.


Francisco Javier Hurtado Sáez

En Cáceres a 26 de marzo de 2023

 

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