MEDELLÍN

 

                                                                     

                                                                                                    VIAJE A MEDELLÍN

                                                                                                    Diciembre de 2021

                                                                                                    Mari, Paco, Esperanza, Marina y yo.


Tras la agradable experiencia de la visita a Salvatierra de Santiago decidimos repetir. Esta vez Mari nos convenció fácilmente diciéndonos que en Medellín se comía un arroz con libre insuperable. Allá fuimos a comprobarlo. Quedamos en reunirnos en un restaurante de la localidad llamado Quinto Cecilio, del que más adelante se hablará, porque antes, merece la pena hablar del viaje.

Para ir de Cáceres a Medellín nos dividimos en dos coches, en uno viajaron en la ida Mari y Paco, en el otro Esperanza, Marina y yo. Al salir de Cáceres tomamos la carretera de Medellín, así se ha llamado siempre, hasta hace unos años que se comenzó a llamarla carretera de Villanueva y actualmente se la conoce como la carretera de las torres porque atraviesa Torreorgaz, Torrequemada y Torre de Santa María, entre otros pueblos.

Después de recorrer los llanos, bien podría decirse la estepa, del primer tramo de carretera, llegamos a la Sierra de Montánchez, en sus estribaciones de Zarza de Montánchez y Valdemorales. Atravesamos un paisaje espléndido, de elevaciones y un valle profundo, hasta llegar a Almoharín, donde pudimos ver, desde el coche, el taller del escultor del hierro forjado Miguel Sansón.

Al salir de Almoharín y tras atravesar el río Búrdalo, comienzan nuevos llanos que van desde Miajadas hasta las vegas del Guadiana, un interminable vergel bien podría decirse. También comienzan las autovías que unen Miajadas con Villanueva y Don Benito, triángulo éste que, junto a los pueblos de sus alrededores, constituye, a mi entender, una de las zonas más ricas de nuestra tierra, sin olvidarnos de los viñedos de Almendralejo y de la Tierra de Barros, o de los cerezos del Valle del Jerte, o del comercio de la ciudad de Badajoz, o del Turismo de Cáceres, donde la historia y la cultura han dado como fruto una próspera industria.

La cuestión es que al iniciar nuestra andadura por la autovía me despisté y fui a parar a Villanueva de la Serena, teniendo que volver a Don Benito para dirigirme a Medellín. Marina y Esperanza están acostumbradas a que me pierda durante los viajes, por lo que no hubo alarma dentro del coche; a mí casi me gusta perderme, y digo casi, porque no lo hago intencionadamente. Me gusta porque cuando te pierdes, bien en coche, bien andando por una ciudad, encuentras lugares inesperados, sitios sorprendentes, rincones y paisajes admirables.

Por fin llegamos a Medellín. Nos dirigimos directamente al restaurante, el viaje se había dilatado más de lo previsto, atravesamos un viejo puente que, de acuerdo con la información de que disponíamos, se construyó en el siglo XVII. Subimos con el coche por una pronunciada cuesta hasta lo alto de una colina donde estaba situado nuestro destino.

Pocos minutos después llegaron Mari y Paco. Mari había reservado con anterioridad una mesa con vistas al río y a la localidad. Pedimos unas cañas mientras ojeábamos la carta escondida tras un código QR. Hubo unanimidad: arroz con libre para todos precedido de unos entrantes de bacalao. Al quitar la tapadera de la cazuela, nos llegó un exquisito aroma. Tras probarlo, el sabor nos recordaba el guiso que hacían nuestras madres hace ya algún tiempo. El color acaramelado del arroz enriquecía aún más todo ese conjunto de sensaciones irrepetibles, difíciles de experimentar hoy en comedores, figones y refectorios. El vino lo seleccionó Paco. De la tierra, naturalmente.

Mientras disfrutamos del ágape, Mari nos instruía sobre los orígenes tartésicos de Medellín, entonces llamada Conistrugis, sobre el hallazgo de una copa ática decorada que se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional. Nos hablaba de las guerras sertorianas entre Sertorio y Metelo Pío. En fin, todo un compendio histórico-arqueológico sobre el lugar.

Desde nuestro comedor-observatorio podíamos ver el castillo, el teatro romano, la iglesia de Santiago, convertida hoy en museo arqueológico local. Veíamos también el puente que pocas horas antes habíamos atravesado con el coche. Desde nuestro mirador, podíamos imaginar, casi ver, como las tropas de Napoleón, allá por 1809, cruzaban ese mismo lugar para enfrentarse al ejército de nuestro país. Con el sopor de la comida, la fantasía me llevó a escuchar el tronar de los cañones, las descargas de fusilería, los gritos aterradores de los soldados heridos. Murieron miles, de uno y otro lado, muchos más del nuestro. Triste historia imaginada que, por fortuna, cortó Esperanza al levantarse repentinamente de su silla para saludar a su amiga Isabel, con la que nos encontramos hacía apenas un mes en Salvatierra de Santiago. Sorpresa para todos, coincidimos con ella en lugares que yo me atrevo a llamar mágicos, o al menos con un especial encanto que va más allá de lo que puedas observar con los sentidos. Porque la parte alta de Medellín tiene ese halo que corona a determinados lugares, y que sin poder explicar razonadamente por qué, tienen un atractivo especial que transforma tu percepción de la realidad.

Nos dirigimos al teatro romano. Mientras esperábamos la apertura del recinto en el que se ubica el monumento, Mari nos adelantaba información sobre el mismo: se construyó aproximadamente con el cambio de era, mandado levantar por Quinto Cecilio Metellus, fundador de Medellín, su emplazamiento se adoptó para aprovechar el propio terreno tanto para la construcción de la cavea como de la escena...

Una vez dentro del recinto, nos sorprendió un coqueto teatro, no muy grande, con unas gradas muy bien conservadas. Un espacio en el que todavía, si quieres, puedes escuchar las risas provocadas por las comedias, o respirar el dolor de las tragedias representadas, incluso sentir las emociones despertadas por las interpretaciones de los mimos. Desde la orchestra se adivina a las autoridades sentadas en las primeras filas, en semicírculo, con sus togas y sus caras circunspectas, como responsables del imperio. Ya conocía, como no, el impresionante Teatro romano de Mérida, el de Regina, el de Cáparra y por último, acabo de conocer el de Medellín, el cuarto localizado en nuestra tierra.

Finalizada la visita al teatro pasamos al interior de la iglesia de Santiago, hoy convertida en centro de interpretación. Allí pudimos ver algunas de las esculturas, capiteles y restos de columnas encontrados durante las excavaciones del teatro.

Al salir, ya con el sol bajo pudimos ver la plaza de Hernán Cortés en cuyo centro se erige un monumento con la escultura de este ilustre metellinense nacido en ese mismo lugar. Y es que el pasado de Medellín se ha visto relacionado con grandes imperios: imperio romano, imperio de Carlos V e Imperio de Napoleón, que yo sepa.

El día no daba para más. Nos dirigimos a nuestros coches para volver a Cáceres por Santa Amalia. Paco encabezaba la marcha, yo le seguía a pocos metros ya que no conocía el camino de vuelta por esa localidad. Pues nada, Paco también logró perderse en algún cruce y nos adentramos por unos caminos agrícolas construidos para tractores y vehículos similares. Pero ya sabes lo que pienso de la gente que se pierde como yo. Encontramos hectáreas y hectáreas y más hectáreas de tierras laboriosamente trabajadas, dispuestas para dar buenas cosechas.

Una vez encontrada la carretera que nos llevaría de vuelta a casa, ya de noche, nos preguntamos: ¿a dónde nos llevará Mari en la próxima visita?.

 

Francisco Javier Hurtado Sáez

Cáceres 15 enero de 2022


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