VILLASVIEJAS - BOTIJA

 

 


 

 

                                                                                        Visita a Villasviejas del Tamuja

                                                                                        Marzo 2022

                                                                                        Esperanza, Marina y yo


Volvemos a ponernos en ruta, esta vez nos dirigimos a la localidad de Botija, un pequeño pueblo con un gran patrimonio arqueológico, además de varios “verracos”, cuenta con un castro prerromano habitado por nuestros antepasados vetones, quienes compartieron sus recintos fortificados con soldados romanos. Debió ser un importante núcleo de población ya que contó con su propia ceca para fabricar moneda propia con la plata y otros metales extraídos de las minas próximas a este emplazamiento.

En esta ocasión Mari y Paco no pudieron acompañarnos y les echamos en falta, especialmente a Mari que siempre aporta sus vastos conocimientos de la historia de nuestros ancestros, enriqueciendo así nuestras excursiones, de igual manera sentimos la ausencia de la siempre grata y casi imprescindible compañía de Paco.

Fuimos por la carretera que une Cáceres con Torremocha. Allí tomamos una estrecha carretera que conduce a Botija. Poco antes de llegar al pueblo, pasamos por delante de la entrada a la finca “Las Golondrinas” muy conocida porque hasta hace sólo unos años, venían a este predio para cazar, creo que perdices, personajes habituales del papel couché en esa época. Sin embargo, es menos conocido que esa finca cuenta con un embalse que sirve de abrevadero para el ganado, cuyo muro de contención bien pudiera haberse construido con los bloques de piedra procedentes de la fortificación de Villasviejas del Tamuja, objetivo de nuestra visita, según he podido leer en un comentario de Jungino del 22 de noviembre de 2003, los expertos tienen la última palabra.

Continuamos nuestro viaje por la carretera serpenteando entre encinas que engalanan nuestro incomparable paisaje, atravesando un puente sobre el río Tamuja – Tamussia- cuyo nombre, a decir de algún estudioso, está emparentado con el del lejano Támesis, que atraviesa Londres. Ya en el pueblo, tras rodear la rotonda de entrada al mismo, nos recibe la quesería “Tamussia” en la que se fabrican exquisitas tortas y quesos de oveja, lugar de visita obligada para degustar tan preciados manjares. Justo a la espalda de esta industria se encuentra el acceso al castro de Villasviejas.

Llegados a este punto, tengo que contar que hemos tenido que repetir esta visita en dos ocasiones. En la primera de ellas, llegamos hasta el acceso a la dehesa boyal de Botija, situado detrás de la quesería, allí encontramos un cartel informativo sobre distintos lugares de la comarca que merecen ser visitados, entre ellos y en letras más destacadas, el castro prerromano, sin embargo, ese cartel indica con una flecha el camino a seguir para hacer la “ruta de los molinos”, ruta que está en los alrededores de Montánchez, a unos 30 kilómetros del lugar donde está enclavado el panel informativo, originando confusión para cualquiera que siga la dirección que indica la flecha del equívoco cartel.

La cuestión es que de los tres caminos que parten de la entrada a la dehesa boyal, tomamos el camino del medio, no el que indicaba la flecha. Dimos un relajado paseo entre encinas y algunas retamas ya florecidas, complaciéndonos del sereno paisaje de la dehesa de Botija, respirando tranquilidad y abandonándonos al disfrute de tan incomparable marco, hasta que comenzamos a ver un numeroso rebaño de ovejas, muchas de ellas con sus corderos recién nacidos. Comprendimos que era un momento inoportuno y que nuestra presencia molestaba a las ovejas recién paridas, por lo que nos dimos la vuelta para tomar otro de los caminos que conducía a los restos arqueológicos. Pero no era el día de la visita: comenzó a llover, la esquiva lluvia que tanta falta nos hace, nos regaló un chaparrón, tuvimos que abandonar el campo deprisa y corriendo y refugiarnos en el coche.

Era la hora de comer, nos dirigimos a Salvatierra de Santiago, a tan solo cuatro kilómetros de allí. Nos acercamos al restaurante La Fe, en la plaza del pueblo, donde ya habíamos estado unos meses antes. Nos dieron una mesa en un espacioso salón con vistas a unos huertos, la decoración es sencilla, pero de buen gusto, luciendo en el techo una hermosa lámpara del conocido artista de la forja Miguel Sansón, de Almoharín. La comida deliciosa, como en la anterior ocasión. Durante la sobremesa acordamos volver a visitar Villasviejas y así lo hicimos quince días después.

En el segundo viaje, al llegar a la entrada de la dehesa boyal de Botija tomamos el camino asfaltado que conduce directamente al castro vetón, coincidimos por el camino con dos vecinas de la localidad, una de ellas prima de mi amigo Paco Rentero, entablamos amena conversación con ellas sobre los restos arqueológicos que íbamos a visitar, nos comentaron que todas las tardes daban un paseo desde el pueblo hasta allí – cuando me lo dijeron pensé que lo hacían para rememorar a sus antepasados que habían habitado aquel espectacular paraje-. Nos indicaron los lugares a visitar, la última zona excavada, la localización del foso que rodeaba la fortificación, etc. Tras despedirnos de las lugareñas, comenzamos a admirar tan espléndido lugar.

Es un recinto amplio, en el que todavía quedan trozos de lienzo de la muralla defensiva del poblado vetón. En su interior se han excavado algunas zonas quedando a la vista el arranque de los muros de algunas construcciones. Es un lugar estratégico donde la magia y el encanto dieron paso a la seguridad y defensa de sus antiguos pobladores, nuestros antepasados. Con todo el respeto y casi con veneración hacia ellos, fuimos observando cada hueco donde hubo una vivienda u otro tipo de construcción, es el legado que nos han dejado y que admiramos con orgullo.

Sin embargo, durante nuestra exploración visual, teníamos la amarga sensación de abandono y dejadez que presenta el poblado de nuestros ancestros y así lo comentamos entre nosotros. No sólo debemos respeto y veneración a los que forman nuestras más profundas raíces, también les debemos nuestros cuidados y nuestra atención, los de nuestras instituciones que nos representan y a las que contribuimos con nuestros impuestos. Con esta impresión tomamos el camino de vuelta a Cáceres. Más que recomendar una visita a los restos de este antiguo poblado, debería ser obligatoria para la gente de estas tierras situadas entre Montánchez y Trujillo para honrar a sus antiguos moradores, nuestros máximos abuelos.

Francisco Javier Hurtado Sáez

Cáceres 25 abril de 2022

 

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