CASTAÑOS DEL TEMBLAR

 

 


 

 

                                                                            Relato: Castaños del Temblar y Hervás

                                                                            Sábado 26 de noviembre de 2022

                                                                            Chema y yo.


Es otoño. Hemos convertido en visita obligada ir a admirar los robles, castaños y cerezos que pueblan nuestra siempre venerada tierra cuando estos comienzan a desprenderse de sus hojas en un alarde de colorido, inundando caminos, veredas y rincones impensables. El pasado otoño visitamos el bosque de castaños de Montánchez, y nuestra agenda recoge para el próximo noviembre la visita a Castañar de Ibor.

Iniciamos el viaje hacia los Castaños del Temblar, Chema cargado con su cámara fotográfica, yo cargado de expectativas ante una naturaleza siempre generosa.

Fuimos hacia Hervás donde nos esperaba un exquisito café con churros para entrar en calor aunque, a pesar de la altitud y la estación, la temperatura era agradable. Desde Hervás, tomamos una carretera local en dirección a Gargantilla, después continuamos hasta Segura de Toro, un pequeño pueblo cargado de una gran historia escrita en la piedra de sus lagares celtas por sus guerreros, uno de ellos permanece todavía entre nosotros, esculpido en una estela que conservamos celosamente en el museo provincial de Cáceres. De piedra también es el “toro” que luce en la plaza del pueblo y que completa el nombre de la localidad. Y de piedra son los restos de la fortaleza templaria que aún perviven en tan pintoresco lugar.

Iniciamos la subida desde el mismo centro del pueblo hacia la ladera de la sierra, por un camino que lleva a una pequeña explanada, rodeada de robles melojos, allí disfrutamos de unas privilegiadas vistas de los montes cercanos, en los que la arboleda comenzaba a regar con sus hojas amarillas, ocres y anaranjadas los ricos pastos de deslumbrante verdor.

Llegados a esta planicie, coincidimos con otros dos viajeros: ella de Zamora, él de Almendralejo. No recuerdo sus nombres. Nos ayudaron a encontrar el sendero que nos conduciría a los Castaños del Temblar.

Desde este minúsculo llano emprendimos la marcha por una vereda que discurría, sinuosa, entre melojos, castaños y algunos arces, mientras que en la parte más baja, corría un arroyo de aguas rápidas y tumultuosas, saltando entre rocas redondeadas, en un concierto que llegaba a nuestros oídos como alegre sinfonía acuática: era el arroyo Temblar, afluente del río Ambroz.

Atravesamos el regato mirando cuidadosamente donde poner los pies para no resbalar, caer o mojar nuestro calzado. Tras cruzarlo, levantamos la vista y allí mismo, frente a nosotros, se erguía, imponente, Hondonero con sus enormes ramas abiertas en cruz, como brazos de un gigante que nos esperase para estrecharnos y darnos la bienvenida. Hondonero me pareció el mayor de los cinco hermanos, los demás: el Retorcío, el Bronco, el Menuero y el del Arroyo, se encontraban muy cerca, detrás del primogénito. Son los cinco castaños centenarios del Temblar.

Poder contemplar a Hondonero con sus cuatro congéneres es una experiencia impactante por varios motivos: por su porte descomunal, por su larga vida contada en su inabarcable tronco, pero sobre todo, por el lugar en el que habita: un rincón dentro de un espacioso bosque de castaños atravesado por un riachuelo de aguas recién nacidas en los cercanos manantiales.

No es de extrañar que en este universo se originasen leyendas como la de Maruxa, la judía errante, una joven muy hermosa, hija del rabino de Hervás, que se enamoró de Julián, apuesto muchacho, hijo de cristiano viejo. Por el día se encontraban por estos parajes del Temblar, por la noche se veían en la Fuente Chiquita, junto al puente de piedra, a orillas del Ambroz. Los celos de otro pretendiente llamado Dimas, de religión hebrea, convirtieron el amor de Maruxa y Julián en una tragedia. Descubierto el lugar donde cada noche los amantes rendían culto a su pasión, fueron acuchillados por Dimas y otros dos desalmados. Sus cuerpos sin vida quedaron abrazados para siempre junto a la Fuente Chiquita.

Estos parajes invitan al viajero a hacer volar su imaginación: historias de enamorados, de gigantes, de espíritus que habitan entre la frondosidad del bosque, de susurros y murmullos en noches de luna llena, de crímenes inconfesos… Todo un amplio repertorio, fuente de inspiración para quienes sean capaces de ver más allá de árboles y arbustos, de arroyos y veredas.

Volvimos a cruzar el arroyo para regresar, despidiéndonos de nuestros cinco acogedores anfitriones. No sé si fue mi imaginación, pero me pareció que Hondonero, moviendo sus ramas por una suave brisa, dejó caer unas hojas, yo quise entender que nos decía adiós con este gesto. También nos despedimos de aquella pareja de viajeros que conocimos en la explanada y con la que compartimos nuestra travesía a través del monte.

Dejamos atrás el paraíso, pero antes de regresar a Hervás no pudimos evitar adentrarnos en otro vergel de arboledas y hojarasca. Disponíamos de poco tiempo para caminar, admirar y disfrutar del del cercano Castañar Gallego, aun así caminamos un buen trecho entre la espesura. Nos acogieron de nuevo los castaños recibiéndonos, como conocidos, con un leve bamboleo de sus ligeras hojas. El tiempo nos apremiaba teniendo que abandonar a nuestros enhiestos amigos tras recorrer un camino, que se nos hizo corto, entre la fronda.

Nos esperaba una excelente comida. Comenzamos por unas croquetas, tal vez entre las mejores que yo haya comido fuera de casa, crujientes por fuera y tiernas por dentro. El cabrito por allí es insuperable, pero no sé por qué me decidí por unas carrilleras, que tampoco estuvieron nada mal. Chema pidió lomo de bacalao confitado con setas. Buena comida y buena atención en un pequeño pero acogedor restaurante.

Después de comer dimos un paseo por la judería de Hervás, bajamos por la calle Rabilero, desviándonos a derecha e izquierda para ver, una vez más, sus callejas y callejones, sus fachadas de madera y adobe, coloreadas con multitud de macetas. Llegamos hasta el Ambroz, a su paso por el puente de piedra, junto a la Fuente Chiquita, donde Maruxa y Julián pasaron a formar parte de nuestro acervo de leyendas locales. Regresamos a Cáceres con la sensación de haber disfrutado una jornada sugestiva dentro del otoño mágico del Valle del Ambroz.

Francisco Javier Hurtado Sáez

Cáceres 20 diciembre de 2022

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