LA VERDADERA HISTORIA DE JUAN EL SASTRE (VI)
LA VERDADERA HISTORIA DE JUAN EL SASTRE (VI)
En el despacho de Julio Ayllón se respiraba la misma tranquilidad de todos los días. La única empleada de la oficina, Elvira, se entretenía escribiendo a máquina unas cartas cuyo borrador había dejado Julio sobre su escritorio. Se había pasado por allí muy temprano, intranquilo, aunque no nervioso. Le habían llegado noticias de que Estados Unidos había roto el aislamiento internacional al que estaba sometido el país. La información que había recibido incluía la ayuda de muchos miles de dólares por parte de los americanos a cambio del establecimiento de bases militares distribuidas por la costa de la península. Julio estaba dispuesto a iniciar sus movimientos para hacerse con una porción de esos dólares. Sabía que la tarea era complicada porque entraba en competencia con las grandes familias que habían financiado parte de los gastos de la contienda que todavía se podría considerar recientemente finalizada.
Víctor, como cada mañana, acudió a la cafetería Milán donde le esperaba su socio. Tras los inicios de la conversación sobre las noticias aparecidas en la prensa a cerca de la ayuda de Argentina para paliar la escasez de alimentos, la conversación tomó otro rumbo, dirigiéndose hacia el interés despertado en los dos interlocutores la contribución americana a la maltrecha economía nacional. Indudablemente estaban ante un negocio más jugoso que el que habían conseguido con el desvío de carne y de trigo procedente de los barcos que Perón enviaba a nuestro país para aliviar el hambre entre la población. Aunque la prensa no decía nada, se oían rumores en ciertos círculos de la administración de que los buques rioplatenses iban a dejar de atracar en nuestros puertos.
Desde el velador que ocupaban Víctor y Julio se podía distinguir la calle a través de una enorme luna de cristal que en su parte más baja se cerraba discretamente con un visillo, difuminando la identidad de los clientes que disfrutaban de su café y de conversaciones sobre temas que ignoramos. Estaba situado en un lugar reservado desde el que podían observar a las personas que entraban y salían, a la vez, pasaba desapercibido entre las numerosas mesas que llenaban el amplio espacio de delante de la barra del establecimiento. Por las calles de Madrid se veía poca gente en esos primeros días de noviembre, parejas de la policía armada vigilaban paseando por las aceras, algunos peatones caminaban con paso rápido, el frío se había adelantado adueñándose de avenidas y paseos; abrigos, bufandas y sombreros se cruzaban con chaquetones de cuero y gorras; apenas se observaban mujeres por las calles. Algún tranvía cruzaba por una calzada en la que escaseaban los coches; de vez en cuando, se veía un vehículo militar.
Los dos socios pidieron un desayuno abundante a pesar de ser época de estrecheces. Mientras les servían, Ernesto abrió el periódico que, como cada mañana, había traído a la cafetería, pasó las páginas sin prestar atención a ningún artículo hasta llegar a la noticia cuya cabecera ocupaba la portada de ese día: España será reconocida por la Organización de Naciones Unidas. La noticia incluía la próxima ayuda de los Estados Unidos dirigida al suministro de alimentos para la población. Víctor interrumpió a su compañero de mesa. Tenemos experiencia en ese tipo de asuntos, con los argentinos hemos conseguido buenos resultados, aunque los envíos se están distanciando cada vez más. Empezamos a tener dificultades para desviar a nuestros distribuidores la mercancía, lo que encarece aún más los precios, y a pesar de que la rentabilidad de nuestro negocio está aumentando, esta situación es sólo el inicio del fin de nuestras actividades en este campo. La carne escaseaba en los mercados o simplemente no se disponía de ella, en el mercado negro llegó a alcanzar un valor que sólo permitía que muy poca gente tuviera acceso a ella. En las fábricas de harina, se adquiría una parte del grano al Servicio Nacional, pero el montante más alto procedía del estraperlo. Comer un trozo de pan se estaba convirtiendo casi en un lujo en algunos hogares. Tal vez sea cierto que estén pensando en dejar de enviarnos más carne, dijo Víctor. Tenemos la oportunidad de continuar el negocio, solo cambiará el proveedor. Los americanos son más exigentes con sus préstamos y donaciones, añadió Julio, les gusta controlar al detalle adónde van a parar sus inversiones, ellos no regalan nada si no es a cambio de algo. Además, parece ser que la comida americana viene acompañada de un montón de dólares y no vamos a permitir que esos billetes pasen por delante de nuestras narices sin que algunos de ellos se queden en nuestros bolsillos. El camarero se acercó para disponer el desayuno sobre el velador. Se detuvo la conversación mientras el café y la leche llenaban las tazas de los dos socios.
Se conocieron en este mismo lugar hacía ya más de cinco años, Julio acudía cada mañana con su periódico, no parecía muy interesado en el contenido de la prensa, se entretenía observando la distinguida clientela, Víctor entonces no era asiduo del café Milán. Solía ir una o dos veces por semana, había semanas que ni siquiera aparecía por allí. Su porte y la gente a la que saludaba o que se acercaba a saludarlo llamó la atención de Julio, debía ser un alto responsable del gobierno, pensaba. Una mañana tuvo ocasión de entablar conversación con él. Sus codos tropezaron en la barra de la cafetería, la taza de café que Víctor sujetaba en su mano se agitó de manera que parte de su contenido se derramó. Julio le pidió disculpas insistentemente, llamó al camarero para que sirviera otro café al señor; aunque sabía que no le había producido ninguna mancha en la ropa, le preguntó a su incomodado vecino de barra si había sufrido algún daño su traje. Volvió a pedirle disculpas y, ya un poco nervioso, se presentó como propietario de una empresa inmobiliaria. Víctor movió suavemente la cabeza asintiendo. El gesto le tranquilizó, pasó inmediatamente a ofrecerle sus servicios: si quiere comprar o alquilar algún inmueble puede contar con mi empresa, le aseguro mi total confianza y le garantizo que no se arrepentirá. Estamos atravesando una buena época para hacer negocios. Hay muchas viviendas disponibles, algunas de ellas son francamente buenas y están situadas en lugares irreemplazables, además, los precios no son elevados. Si me lo permite, puedo mostrarle alguna de ellas cuando lo desee. Víctor Morales había permanecido en silencio, observaba con interés a su entonces desconocido interlocutor, parecía no prestar mucha atención a lo que le decía. Lo había visto en alguna ocasión leyendo la prensa en aquel local, pero no había despertado su interés. Ahora, frente a él, le pareció decidido, aunque poco cauto, su mirada inquieta no le transmitía esa seguridad de la que hablaba, pero sí consideró que la cuestión que le exponía podría resultar interesante. Víctor zanjó la conversación diciéndole que no estaba en disposición de comprar ningún inmueble, le agradeció sus servicios y que lo tendría en cuenta si alguna vez le necesitase.
Al salir de la cafetería, de camino a las oficinas municipales, Víctor recordó su buena relación con un viejo funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, Luis Salazar, ambos habían pasado por la checa de Bellas Artes donde se conocieron. Los dos coincidieron allí tres o cuatro días, pero por razones difíciles de entender, al cabo de ese tiempo salieron sin mayores consecuencias. Desde entonces mantuvieron unos lazos de amistad disimulada hasta que, al finalizar la guerra, Víctor se interesó por un amplio piso en la segunda planta del edificio donde Luis Salazar le dijo que vivía. Tras su breve visita a las oficinas del Ayuntamiento, se dirigió al despacho del viejo compañero de calabozo. Con el nuevo panorama surgido del triunfo militar, había sido readmitido en el Ministerio. Me alegra volver a verte, Víctor, espero que te vaya bien, aunque por tu impecable aspecto, no hay duda de que todo marcha estupendamente, yo tampoco puedo quejarme, he vuelto a mi trabajo de siempre. Si puedo hacer algo por ti, nada más tienes que decirme de qué se trata.
Víctor respondió al largo saludo con unas emotivas palabras recordando aquellos días, que pasaron en el lóbrego sótano del Círculo de Bellas Artes. Terminó sus palabras sacando un cigarro del interior de su chaqueta y ofreciéndoselo a Luis que, agradecido, guardó en un cajón de su mesa. Necesito ciertos datos sobre una vivienda situada en la segunda planta del mismo edificio donde tú vives, tengo buenas referencias sobre él y no me importaría adquirirlo. La información facilitada sobre el piso fue muy precisa: perteneció a una familia acomodada que se había exiliado en Méjico donde el marido y propietario ejercía como médico en un hospital, su mujer impartía clases en la Universidad Nacional de Méjico. No tenían hijos, el único hermano que tenía el esposo fue pasado por las armas en los primeros días tras la liberación de la capital, la mujer no tenía hermanos, los padres de ambos habían muerto hacía ya años. No fue difícil conseguir la documentación necesaria para una nueva escritura de propiedad como compra-venta ficticia en un contrato privado y hacerse con el piso desocupado. Pocos días después de haber facilitado tan valiosa información Luis Salazar fue ascendido, pasó a ocupar un puesto de confianza en el Ministerio.
Sus recuerdos le llevaron a valorar la posibilidad de emprender alguna actividad con el agente inmobiliario que había derramado su café. Una semana después, volvieron a encontrarse ambos en la cafetería Milán. En esta ocasión Víctor hizo gala de su capacidad para atraer la atención de su interlocutor y monopolizar la conversación que iniciaba. Se dirigió a Julio que, como de costumbre, sujetaba su tabloide como si se tratara de una prenda más de su atuendo. Me dijiste que disponías de alguna vivienda para su venta, no me importaría verla, sin que esto quiera decir que vaya a comprarla; tengo un amigo que está buscando un pisito en el centro de la ciudad, pero es un amigo muy especial al que no puedo sugerirle cualquier cosa. Quedaron en verse al día siguiente, desayunarían juntos, desde allí irían a ver uno de los pisos en venta.
No era pequeño, ni tampoco estaba mal situado, no requería reformas importantes y el precio era razonable teniendo en cuenta las condiciones que reunía el piso. Julio entendió sin dificultad que no era eso lo que buscaba su distinguido cliente, se despidieron sin quedar para otra ocasión. Pasaron unos días hasta que volvieron a coincidir en la cafetería, el vendedor de inmuebles se acercó a Víctor, tras saludarle efusivamente, le habló de una vivienda inmejorable, que sin duda, le gustaría a su amigo especial, podrían visitarla cuando quisiera. Acordaron verse unos días después. La finca se encontraba en un prestigioso barrio del centro, el portero del inmueble, tras identificar a los dos extraños y preguntar el motivo de la visita, dejó paso franco para acceder a la vivienda pidiendo disculpas por sus preguntas, pero tenía órdenes que cumplir, les dijo. Era una primera planta a la que se accedía por una vistosa escalera de mármol. La puerta de la vivienda, de madera tallada con austeros motivos clásicos, presentaba algunos desperfectos a la altura del cerrojo, sin duda había sido forzada la cerradura en algún momento. Una vez dentro, un espacioso recibidor daba paso a un enorme salón, los muebles estaban cubiertos por sábanas, un piano había sido utilizado en algún momento dejándose al descubierto, dos lámparas de araña de cristal colgaban de un techo más bien alto. Al abrir las puertas de los balcones que daban a la calle, la estancia se inundó de luz. Continuaron recorriendo habitación tras habitación, la cocina, los baños…
Esta sí es una casa digna de mi amigo, confesó Víctor a su acompañante, habrá que hacer unos pequeños arreglos, pintarla y una limpieza a fondo. Parece haber estado deshabitada bastante tiempo. Julio le confirmó que poco antes de finalizar la cruzada los inquilinos abandonaron la vivienda y no se había vuelto a saber nada de ellos. En mi agencia tenemos alguna noticia suya, al parecer se fueron a Francia, pero no podemos confirmar su paradero actual. Nadie ha reclamado su propiedad desde entonces y ya han transcurrido más de diez años. Es probable que usted pueda averiguar algo más sobre sus antiguos propietarios, si así fuera, podríamos hablar de negocios con este inmueble. Víctor no tenía ningún motivo para decirle a Julio que el palacete lo iba a ocupar su amante, una mujer insaciable con respecto al lujo y la ostentación, no sabemos si lo era también en otras esferas de su vida, procedía de una aristocracia centroeuropea desalojada de sus vastas propiedades que habían pasado a nuevas manos.
Así comenzó una alianza comercial de facto que se mantenía y se fortalecía con el paso del tiempo a pesar de no estar registrada en ninguna parte. Las viviendas, solares y otros inmuebles requerían información precisa sobre sus antiguos propietarios para evitar alguna complicación, aunque era difícil que regresaran a nuestro país, pues la mayoría, si no todos ellos, se habían exiliado. Cuando nuestros vecinos del norte abrieron sus fronteras algunas de las personas que se exiliaron tenían la posibilidad de regresar, se incrementaron los riesgos de posibles reclamaciones sobre la propiedad de pisos. Fue entonces cuando los dos socios decidieron ampliar sus actividades a la adquisición de terrenos en las afueras de la ciudad, se ofrecían a muy buen precio dada la carencia de dinero en esa época, desde los despachos de los ministerios se oían ecos sobre la construcción de bloques con nuevas viviendas en los alrededores. Ellos limitarían los negocios inmobiliarios de viejos pisos sólo para aquellos casos en los que se aseguraba una imposible reivindicación de los antiguos titulares legales del local que se tratase. Pero no iban a desistir de los asuntos de la alimentación mientras hubiera una interesante demanda en el mercado negro. La escasez de comida les llevó a idear un sistema por el que, al llegar las mercancías a Madrid procedentes de la ayuda exterior y antes de ser distribuidas a los minoristas, una parte la adquiría una inexistente tienda de ultramarinos que nadie se preocupó de averiguar dónde estaba ubicada o quién era su dueño, a pesar de que las cantidades de los productos que adquiría superaban extraordinariamente a los pedidos de otros comercios. Ya se había encargado previamente Víctor de frenar en seco los intentos de algún funcionario que, cumpliendo con su obligación, pretendía conocer los detalles sobre el sospechoso destino de los alimentos. Los productos desviados se almacenaban en una nave situada en las afueras de la ciudad. Desde allí eran distribuidos en una pequeña camioneta entre tiendas y comercios, donde se vendían a precios sólo al alcance de muy pocas personas.
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